viernes, 1 de abril de 2011

LA POESÍA DEL SIGLO XX


“¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?”

T.S. Elliot

            El arte del siglo XX es un intento de ver más allá de lo visible, de ahondar más allá de cualquier profundidad. Situarse delante de “El grito”, “El Guernica”, “El peine del viento”…implica un estremecimiento, una emoción sorprendida que solo se puede acoger desde un espíritu abierto y desde una mente capaz de asumir conceptos novedosos.

            La poesía no ha sido ajena a estos caminos, senderos que se bifurcan, según la acertada metáfora de Borges. Los provocadores lemas de la vanguardia: “hay que acabar con la estética mortuoria y putrefacta de los profesores y de los museos”, “el sonido del tubo de escape de una moto es más hermoso que todas las óperas de Wagner”, “un rolls-royce es más hermoso que la Victoria de Samotracia” producen una agitación, una efervescencia, por naturaleza pasajera, pero que deja, en la serenidad del momento después, unos recursos técnicos, unas formas novedosas que ya forman parte del patrimonio de toda poética posterior.

            Así los caligramas cubistas de Apollinaire que hallaremos escondidos en las múltiples disposiciones gráficas de los versos; el mito adánico de los ultraístas con su irrenunciable llamada a la originalidad y a la creación de un nuevo lenguaje; el surrealismo y sus imágenes atrevidas, encarnadoras de lo onírico, nos liberan de las ataduras de lo meramente intelectual; la poesía pura con su lenguaje ilógico y ajeno a cualquier referencia nos traslada a un territorio de música y de belleza más allá de cualquier sonido, más allá de cualquier realidad tangible..

            Ciertamente este arte puede parecer, sobre todo en este “siglo del viento” transitado por guerras mundiales, amenazas nucleares, injusticias, torturas, dictaduras…, un “lujo cultural de los neutrales”, y, por eso, la poesía tiene que convertirse en un arma “cargada de futuro”, en un “viento que arranque los matojos”. La poesía nos recuerda entonces que el hombre debe comprometerse con su tiempo, debe estar en contacto con la inmensa mayoría, debe ser la voz del que “sufre, del que no hay ninguna razón que lo condene a andar sin manto”.

            Voces, aquellas que hay que distinguir de los ecos, de acuerdo con la acertada sentencia de Machado, voces que son música, que son idea, que se transubstancian en cuerpo y sangre, son los versos del siglo XX y nos dejan nombres: Apollinaire, Bretón, Huidobro, Vallejo, Lorca, Aleixandre, Manuel Antonio, Salinas, Grinsberg, Neruda, Bretch, Blas de Otero, Borges, Valèry…, creadores que, desde una u otra perspectiva nos han ayudado a descubrir que lo humano, lo “demasiado humano”, acaso como “ángeles fieros”, transita por caminos de solidaridad pero también de atrevimiento, también de experimentación, recorre una ruta nueva preñada de visiones y experiencias vírgenes.

            Es posible que la lírica nos traslade al paraíso, que leer poesía sea una suerte de contrapecado original, por eso, como una maldición bíblica, una vez explorado su territorio ya no podemos dejar de sentirlo, estamos condenados a la necesidad de un nuevo verso y a partir de los creadores del XX de un verso nuevo. Que sea para recuperar el conocimiento, la sabiduría y la vida.